domingo, 16 de febrero de 2014

A propósito de Venus...camino de la Diosa o Senda de Lucifer


Ya que todo el mundo habla del tránsito de Venus, había que dedicarle unas palabras. Y puesto que son muchas las personas que ven en ello un gran acontecimiento, estaría bien reflexionar sobre su significado a partir de los dos símbolos que se esconden en el único planeta femenino del Sistema solar.

Porque Venus, aunque es el planeta al que todas las culturas se refieren como reflejo de la diosa del amor, es, al mismo tiempo, y aunque menos sabido, equiparado con Lucifer, el portador de la luz y guardián del conocimiento.

Lucifer (del latínlux ”luz” y fero ”llevar”: “portador de luz”) es, en la mitología romana, el equivalente griego de Fósforo o Eósforo (Έωσφόρος) ‘el portador de la Aurora’ que proviene de la antigua dama oscura Luciferina.

Este concepto se mantuvo en la antigua astrologíaromana en la noción de la stella matutina (el lucero del alba) contrapuesto a la stella vespertina o el véspere (el lucero de la tarde o véspero), nombres éstos que remitían al planeta Venus, que según la época del año se puede ver cerca del horizonte antes del amanecer o después del atardecer.

En la tradición cristiana, Lucifer representa al ángel caído, ejemplo de belleza y sabiduría a quien la soberbia condujo a los infiernos. (Fuente: wikipedia)

Prescindiremos de las cuestiones históricas sobre tal asociación, pues aquí lo trataremos como un “juego” de mitos y símbolos cuyos vínculos ofrecen sugerentes reflexiones. Porque tal aspecto no sólo es propio de nuestra cultura, sino que también está presente entre los mayas. Para ellos, Venus también tenía un lado oscuro llamado Xolotl:

En la mitología mexica y tolteca, Xólotl (el animal, señor de la estrella de la tarde y del inframundo) era el dios del relámpago, los espíritus y además el ayudaba a los muertos en su viaje al Mictlán. Xólotl era también el dios de fuego y de la mala suerte.

Era gemelo de Quetzalcóatl, y la personificación maligna de Venus. Protege al Sol cuando viaja a través del inframundo durante la noche. También llevó adelante al género humano y le entregó el fuego de la sabiduría.

(Fuente: wikipedia)

Hay una idea recurrente a lo largo de la Historia según la cual existen dos caminos para alcanzar el estado trascendente que conduce al verdadero conocimiento del yo. El sendero del dolor, o sufrimiento, y el sendero de la entrega, o amor.

Mientras que este último respondería a una entrega voluntaria para servir a los valores de la diosa, el primero actúa contra nuestra voluntad y tiene como director de orquesta a Lucifer, entendiendo a esta figura en los términos descritos por el fundador de la antroposofía, Rudolf Steiner:

Los Espíritus luciféricos inculcaron en el hombre el deseo materialista, y como contramedida los seres superiores introdujeron la enfermedad y el sufrimiento como las consecuencias de los deseos e intereses materialistas, con el fin de que no sucumbiera por completo a este mundo de los sentidos. Y por eso hay exactamente tanto sufrimiento y el dolor en el mundo, como hay de interés sólo en lo físico y lo material. Las escalas se mantienen en perfecto equilibrio, ya que lo uno compensa lo otro, y es por eso por lo que hay tantas pasiones y deseos por un lado como enfermedad y dolor por el otro. (Fuente: Biosophia)

El propósito de vida, a partir de aquí, es vencer tales fuerzas y emprender regreso al paraíso perdido, la divinidad sepultada bajo el peso del ego. Al igual que Xolotl ayudaba con su sabiduría a alcanzar el más allá, Lucifer tiene el mismo propósito para nosotros, pues parece ser la única manera de progresar para quienes se resisten a seguir los pasos marcados por la diosa. 

El sendero de la diosa es complicado, tal y como vemos en el mito de Osiris. Su hermano Seth, que le odiaba por todo lo que representaba, conspiró para asesinarlo. Después de ser engañado para introducirse en un cofre, Osiris fue encerrado en él y arrojado al Nilo. Isis, esposa de Osiris, enterada de la traición, emprendió la búsqueda del cofre, el cual fue encontrado tras una serie de aventuras.Pero Seth, enfurecido por el hallazgo, lo abrió y despedazó el cuerpo de su hermano, repartiendo los trozos por todo el país.

Isis consiguió recuperar los restos de su marido, salvo el pene, el cual sustituyó con un falo de oro. Gracias a su poderosa magia, Isis logró insuflar nueva vida al cadáver momificado de Osiris, quedando embarazada de él. Fue así cómo nació su único hijo, Horus, quien vengó la muerte de su padre desterrando a Seth al desierto y recuperando el trono de Egipto, mientras que Osiris permanecería como rey de los muertos.

Osiris muere pero Isis recompone su cuerpo, teniendo que usar, al haberse perdido el original, un falo de oro gracias al cual nacerá Horus, el dios solar. En definitiva, el hombre debe vaciarse de sus energías egoicas representadas por el falo y ser portador, mediante ese otro falo de oro, de la fuerza vital procedente de la amante, Isis.

Es entonces cuando el aspecto masculino del universo actúa como vehículo por el que la energía femenina se puede desarrollar creativamente. La misma equivalencia simbólica del falo de oro, cuya intención simbólica es la misma que la circuncisión en términos cabalísticos, la encontramos en la virgen fecundada por el dios, sin intervención de hombre alguno. La diosa, fuerza femenina, y el espíritu, fuerza masculina, crean al Cristo. No hay lugar para el ego en esta partida.

La unión de las dos fuerzas se manifiesta en una tercera criatura, el dios solar. El hombre trascendido que renace aflorando su aspecto divino tras la unión de las dos energías que rigen el cosmos, la masculina y femenina.

En su origen, la fuerza femenina del universo es movimiento continuo, desordenado e impredecible. Si la energía femenina no es asimilada por la energía masculina, ordenadora, y ambas no se unen en la criatura superior que es el Cristo, entonces se desata el caos. Es la vertiente destructiva de la diosa, manifestada en la figura de Sekhmet:

Hija de Ra, enviada por éste para castigar a la humanidad por dejar de rendirle culto, sin embargo fue tal su ferocidad que Ra se asustó y, para impedirlo, fue embriagada.

Sekhmet vive en calma siempre y cuando los dioses la emborrachen para adormecerla. Esto es, cuando el espíritu dirige el movimiento de la matriz creadora, caótico por naturaleza. Si los dioses se olvidan de ella, la diosa recupera la sobriedad y se convierte en un ser terrible con insaciable sed de destrucción.

El Cristo siempre viene identificado con el Sol. Nuestra estrella puede ser contemplada como el resultado de la unión de las fuerzas femenina y masculina en una escala superior. Las energías caóticas del universo reorientadas y ordenadas en un ser creativo.

A su vez, el proceso ha de seguir ¿ad infinitum? El nuevo logos solar se convierte en el impulsor vital que actúa sobre la matriz divina, ahora con esencia planetaria, y se funde con ella para dar lugar a un nuevo nivel de potencial conciencia crística, la cual se debe desarrollar en el ser humano.

Si este renuncia al proceso, debido a la influencia luciferina, es decir, si no permite que las fuerzas que ha heredado en sí mismo se unan, entonces el caos no es resuelto en ese nivel y actúa, por consiguiente, sin control. Es la consecuencia de una actitud que pretende individualizarse y apartarse. Pero las leyes son inquebrantables, de modo que el restablecimiento del orden terminará llegando.

El sendero del sufrimiento comienza cuando renunciamos a ignorar los deseos del ego. Lucifer se hace fuerte y comienza un incremento paulatino de la identidad egoica, es decir, una separación cada vez mayor del individuo con respecto a la divinidad. Todo ello se manifiesta en la mayor intensidad del deseo y de la necesidad de obtener placer en las acciones emprendidas.

Cuanto más nos adentremos en este camino, por tanto, menos querremos dar marcha atrás, pues, aunque frustrados por los deseos insatisfechos, el ego nos convencerá de que el placer auténtico está un poco más adelante, y así con cada paso que demos. Cuanto más reforzamiento, más dolor, hasta que la situación sea tan insostenible que se derrumbe por su propio peso.

En la desesperación más absoluta por no saciar y colmar las sucesivas necesidades que van surgiendo, el hombre deja de confiar en sí mismo, en la voz del ego que le promete placer, y se entrega, más tarde que temprano, a lo trascendente.

Mientras que esto no ocurra, ante la falta del espíritu que oriente la fuerza femenina, Sekhmet despierta de su borrachera y actúa destruyendo a la humanidad. Es decir, el hombre, al haber impedido la participación divina que dirige el movimiento creativo en el universo, sucumbe ante la materia en su naturaleza primigenia, el caos, la naturaleza indómita.

Es la fuerza que se manifiesta en las sociedades materialistas, donde el ser humano se niega a cortar su falo y permitir que la diosa encuentre el cauce a través del cual manifestarse. Entonces, la matriz ingobernable arrasa con todo. Es el camino que nos ha conducido a la situación actual de crisis a través de una descomunal intensificación del hedonismo en los últimos noventa años, desde la exitosa labor de Edward Bernays a partir de los años veinte con la aplicación de las teorías de Freud al nuevo modelo de sociedad consumista que se estaba creando y que se resume en la frase de Paul Mazer, de Lehman Brothers: “La gente debe ser entrenada para desear nuevas cosas antes incluso de que las viejas hayan sido enteramente consumidas. Los deseos de los hombres deben eclipsar sus necesidades”.

De seguir luchando por salvar un sistema basado en el egoísmo, el sufrimiento seguirá siendo cada vez mayor, de acuerdo a la filosofía perenne que analizamos, por muy diversas que sean las alternativas políticas y económicas que se planteen, tal y como argumenta, entre otros, Joan Antoni Melé, subdirector de Triodos Bank.

De acuerdo al discurso hermético, para que cese la destrucción, el hombre debe renunciar al ego, es decir, morir y entregarse a la diosa para renacer con el falo que ésta crea en sustitución del anterior humano, y a través del cual se produce la unión de lo masculino y lo femenino sagrados, Horus. Permitir, en definitiva, que las fuerzas sigan fluyendo. 

Este mismo mensaje, por cierto, nos llega en la actualidad a través de otras corrientes tan aparentemente ajenas a nuestra civilización como las tribus americanas. Habría que preguntarse, desde nuestra perspectiva racional, si no habrá algo más que mito cuando por todo el “espacio-tiempo” circula el mismo discurso.

Por otro lado, resulta muy sugerente a nivel simbólico, para quienes se tomen en serio la sincronicidad y aquello de “como es arriba es abajo”, que en el momento de mayor ausencia de impulso espiritual en este planeta parezcan haberse incrementado las catástrofes naturales a lo largo y ancho del mismo, como si Gaia despertara de su borrachera…

El “mal”, de esta manera, es la forma última, agotada la vía “pacífica”, con que se reconduce la situación para devolvernos al camino establecido en el devenir del Universo. Dicen los cabalistas que el sufrimiento es la única vía que conoce el hombre para desprenderse de su ego y acudir a la divinidad en busca de ayuda. Sólo nos rendimos a lo trascendente cuando aceptamos por experiencia que el ego no conoce más que sufrimientos.

Sólo unos pocos han sido capaces de recorrer el sendero de la diosa, esto es, la renuncia voluntaria. Camino tortuoso y terrible en su inicio, pues lo que aparentemente suena hermoso y atractivo, el amor incondicional, se convierte en una auténtica pesadilla para el ego humano, pues implica su muerte. Algo que no permite nuestro instinto de supervivencia. 

El amor, en su sentido auténtico, es la muerte de un individuo, la disolución de todo deseo para sí mismo en favor de la voluntad de otorgar, su desvanecimiento en el otro.

Los métodos orientales se dirigen a la supresión del sufrimiento desde su raíz, mediante la anulación del deseo. Mediante la meditación, se busca contemplar los pensamientos y emociones como ajenos y, por tanto, desvincularse del ego y tratar de situarse en un nuevo estado más cercano al yo interior.

En cualquiera de los casos, el sexto gran principio fundamental de la filosofía perenne afirma que la iluminación o liberación pone fin al sufrimiento. Su causa es el apego y el deseo de nuestra identidad separada; y lo que pone fin al sufrimiento es el camino meditativo que trasciende al pequeño yo y al deseo y el apego. El sufrimiento es inherente a ese nudo o contracción llamado ego y la única forma de acabar con el sufrimiento es trascender el ego.

No se trata que después de la iluminación, o después de la práctica espiritual en general, ya no sientas dolor, angustia, miedo o daño. Todavía sientes eso, si. Lo que simplemente ocurre es que esos sentimientos ya no amenazan tu existencia y, por tanto, dejan de constituir un problema para ti. Ya no te identificas con ellos, ya no los dramatizas, ya no tienen energía, ya no te resultan amenazadores.

Por una parte, ya no hay ningún ego fragmentado que pueda sentirse amenazado y, por otra, nada puede amenazar a ese gran Yo del Ser original y auténtico, puesto que, siendo el Todo, no hay nada ajeno a él que pueda hacerle daño. Esta situación produce una profunda relajación y distensión de los sentidos y de la mente. Por más sufrimiento que experimente ahora el individuo, su verdadero Yo no se siente amenazado. El sufrimiento puede presentarse y puede desaparecer, pero ahora la persona está firmemente asentada y segura en “la paz que sobrepasa el entendimiento”. El sabio experimenta el sufrimiento, pero éste no le hace “daño”.

Y como es consciente del sufrimiento, se siente motivado por la compasión y el deseo de ayudar a quienes sufren y creen en la realidad del sufrimiento.

(Fuente)

Por su parte, y con el mismo propósito, los cabalistas nos transmiten que nuestra naturaleza original es “deseo de recibir”. No podemos escapar a ello porque es nuestra esencia. Sólo aspirar, mediante la reorientación de ese deseo egoísta, a “desear recibir la voluntad de otorgar” hasta que, en algún momento, esto nos sea concedido.

El invitado que, por ejemplo, degusta las viandas con que su anfitrión le agasaja porque siente placer por la comida se guía por el deseo egoísta de recibir. En cambio, aquel otro que no tiene apetito y, sin embargo, accede a comer debido a la insistencia del anfitrión, seguirá el principio de otorgamiento, pues accede a degusta los manjares, no por placer propio, sino para reconocer los esfuerzos que se han realizado para recibirle y hacerle sentir cómodo, pues rechazarlos supondría una ofensa para quien le acoge.

Es el mismo propósito que se esconde, por ejemplo, tras las prácticas de la tradición tántrica y de las prostitutas (lamentable interpretación de corte patriarcal) sagradas, donde el sexo es desviado hacia una intención de acceder a lo sagrado.


Por tanto, vemos que únicamente en la intención es donde podríamos encontrar un atisbo de progreso, es decir, en la permanente toma de consciencia de las fuerzas que intervienen en los actos que ejecutamos, analizando cada situación presente y el porqué de su desarrollo con el fin de trabajar en la corrección de los propósitos. 

En La última tentación de Cristo, Jesús sufre al verse actuando contra su voluntad humana, empujado por algo superior a él. Su reacción al comprender el proceso se resume en una frase: “Gracias, Señor, por traerme donde yo no quería”. Es en ese reconocimiento donde el yo interior se desvincula del ego y deja de reconocerse en él. Mientras el humano egoico sufre, la conciencia de sí mismo se impone reconociendo la ilusión que supone la sensación de dolor.

Se trata de una acción en la que no ha participado el ego, en la que le hemos hecho frente y lo hemos subordinado, permitiendo actuar a nuestra conciencia trascendente y en la que hemos comprendido, por tanto, que el sufrimiento no era sino un obstáculo creado por nuestro natural deseo de recibir para impedirnos actuar en su contra.

El altruismo verdadero es una fuerza que nos supera. Supone actuar sin esperar beneficio alguno. El engaño por el que el ego nos otorga la ilusión de amor incondicional nos oculta, en cambio, sus verdaderos motivos: “amamos” a cambio de ser “amados”. Actos egoístas, no amorosos en su sentido real, por los que se busca un beneficio personal: ser queridos, reconocidos o sentirnos elevados.

Y eso, desde la perspectiva citada, es aplicable a todos los actos realizados en esta realidad. Significa que cualquier atisbo de que nos movemos por un deseo de recibir una recompensa, como el gozo derivado de sentirse más cercanos a lo espiritual tras una meditación, es en realidad un engaño del ego. Si el otorgamiento no espera nada para sí, utilizar la espiritualidad con el deseo de ser reconfortados ya es una actitud egoísta. En un ensayo sobre la meditación, el físico Arthur Zajonc dice:

Hemos nacido en una vida de servicio y trabajo. Esto es importante. La meditación no es ninguna evasión. Sólo es una preparación para la vida. Regresamos a nosotros mismos con mayor profundidad, más despiertos, y reafirmados por nuestro contacto con lo infinito, con los misterios de nuestra propia naturaleza, con lo divino. Si nuestra meditación ha tenido éxito, podemos incluso ser reticentes a regresar. Tal reticencia, sin embargo, no se halla en consonancia con los fundamentos morales del amor y el altruismo que establecimos al comienzo. Los frutos de la vida meditativa no son para que los acaparemos, sino para compartirlos. La contemplación se emprende adecuadamente como un acto desinteresado de servicio, y así el regreso es la verdadera meta. Si hemos vivido rectamente en el sagrado espacio de la meditación entonces seremos más aptos, más intuitivos para la vida y la amaremos aún más. (Fuente)

Con todo lo expuesto, cabría plantearse, después de todo, si muchas personas de buena voluntad que piensan estar actuando para “traer el Cielo a la Tierra” no estarán en realidad trabajando para “aumentar el Ego en la Tierra” sin ser conscientes de ellos.

Si, pensando que servimos a la diosa, no estaremos otorgando ofrendas sin límite a un cada día más orondo Lucifer. Esto es lo que nos debería hacer reflexionar cuán lejos o cerca estamos realmente de un cambio de conciencia a nivel global, ahora que tanto se habla de ello.

Dice Lipovetsky que el siglo XXI es el tiempo de la multiplicación y proliferación de nuevas formas de espiritualidad y religiosidad, de nuevas terapias psicoespirituales dirigidas a la consecución del equilibrio, la armonía y el bienestar psicológico de lo cual dan muestra la infinita variedad de terapias psicofísicas y psicoesotéricas, o la explosión de nuevas formas de espiritualidad e incluso de nuevas religiones de reciente creación que en muy corto espacio de tiempo consiguen un gran número de adeptos y un ingente patrimonio económico. Tanto en los países opulentos de occidente, como en los países empobrecidos, vivimos tiempos de suavidad, equilibrio, búsqueda de armonía psicofísica, de bienestar y salud corporal y emocional en los que emergen multitud de empresas que venden la alegría, la felicidad individual y una ansiada paz interior acompañada de numerosos ritos, fórmulas y “nuevos sacramentos” que suavizan y aligeran la carga de estrés y sufrimiento, de vacío existencial y sinsentido que la posmodernidad y el nuevo desorden flexible, dinámico y adaptado a la singularización y diferenciación del mercado han originado.

[...]Como dice Lipovetsky estamos ante el nacimiento de una especie de «sabiduría light» que se concentra, no tanto en la consecución de la felicidad mediante el hiperconsumo material, sino «…en la búsqueda del equilibrio interior, la armonía del cuerpo y el espíritu, la expansión y profundización de la conciencia. Lo importante no es cambiar el mundo sino cambiarse uno, despertar la conciencia a potenciales desaprovechados, inventar un nuevo arte de vivir conciliando al individuo consigo mismo. La sabiduría que se tenía por un ideal obsoleto: ya la tenemos otra vez en primer plano. Lo que nace es una microutopía psicoespiritual que reconfigura la mitología de la felicidad individualista en el núcleo de la sociedad de hiperconsumo…» (Lipovetsky, G.; 2007: 334).

[...] Lo que resulta también sorprendente es que este tipo de espiritualidad light o de «microutopía espiritual» que Lipovetsky denuncia, o esta nueva ola posmoderna del new age que preconiza el “estar bien” mediante el aislamiento, la abstracción, la meditación y el consumo de todo tipo de psicoterapias y productos esotéricos, donde precisamente más abunda es en las clases medias y altas. Son los grupos y capas sociales de un cierto poder adquisitivo, las que movidas por su vacío y frustración existencial buscan afanosamente islotes de paz y de buena conciencia, puesto que las grandes mayorías no disponen de la capacidad para pagar los variados gurús y exquisitos centros de relajación, spa, meditación que prometen la felicidad.

[...] La crisis del ser como crisis espiritual, es pues la expresión de una «sabiduría light» en la que las aportaciones de las grandes tradiciones espirituales de oriente y occidente y los elementos de esa sabiduría perenne presente en todas ellas y que ponen de manifiesto la existencia y la posibilidad de una transreligiosidad liberadora, integral y auténtica, han sido «reemplazados por técnicas de autoayuda que garantizan a la vez triunfo material y paz interior, salud y confianza, ímpetu y serenidad, energía y tranquilidad, felicidad interior sin necesidad de renunciar a lo que haya en el exterior (confort, éxito profesional, sexo, diversiones).El individuo hiperconsumidor aspira a las ventajas del mundo moderno y además al mundo interior (…) Es la búsqueda individualista de la felicidad terrena lo que prosigue al amparo de las sabidurías antiguas. No es un cambio de paradigma, sino la dinámica pluralizadora de las mitologías de la felicidad individualista…» (Lipovetsky, G.; 2007: 336)

Así pues la búsqueda de la felicidad por todos los medios posibles, ya sea mediante el gozo y el hedonismo procedente del incesante hiperconsumo material que nos esclaviza y nos somete a las exigencias de los poderes mercantiles para alcanzar paraísos de placer y supuesto bienestar, o ya sea mediante el arrebato espiritualista o el sometimiento a creencias que nos apartan y abstraen de nuestra vinculación con los demás y de las necesidades de nuestros semejante, nos lleva también al vacío y a la frustración existencial.

Al parecer no hay pues salida posible para nuestro consumismo espiritualista que nos encierra en nosotros mismos haciéndonos creer, que por el hecho de que cambie nuestra percepción o se alteren nuestros estados de conciencia vamos necesariamente a vivir en el mejor de los mundos.

(Fuente: Tendencias21)

¿Estaremos atrayendo a Xolotl pensando que se trata de Quetzalcoátl? ¿Alimentando energías luciferinas mientras pensamos que estamos siendo arropados por la amorosa y protectora diosa, a la cual tendríamos, en realidad, abandonada en lo más profundo de la cueva?

En fin, después de todo, Venus o Lucero, el planeta resulta ser el mismo… Aunque por métodos bien diferentes, el destino final es único: hacernos renunciar al ego. En realidad puede que no importe tanto la confusión, salvo por los pequeños inconvenientes que pueda causar Sekhmet…

Habrá que considerarlo anécdotas del viaje para ser compartidas, junto a un buen fuego, cuando nos reunamos en el albergue, al final del camino…

R.G.V.

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